Una esperanza de amor

Este escrito es de mi autoría. Si lo queréis utilizar, por completo o alguna frase, se pide, al menos, avisar u.u


Y allá va ella, otra vez, con el gorro en la cabeza, el rostro oculto y la espalda encorvada. Siempre mirando al piso. Siempre cargando con pesar el dolor lacerante que le otorga cada negro pensamiento que baila al vals en su cabeza. Un vals doloroso. Un vals maldito lleno de sangre y lágrimas. Un vals que la confunde, le enloquece. Le llena de esperanza al inicio de un paso, y vuelve a matarla al final de este. Y tú, como mero observador, puedes saber el momento exacto en el que un pedazo de ella muere. Porque cierra los ojos, respira profundo, y su cuello se tensa con el grito reprimido. Sus cejas, un poco descuidadas, se curvan  mientras ella levanta el rostro al cielo. Implora clemencia. Implora a cada maldito Dios que la libere de su condena. De ese dolor asfixiante que la ataca en los momentos más inoportunos. Puedes ver una lágrima caer. Y luego otra. Y ya no puede detenerse. Ha fallado. Volvió a perder la batalla consigo misma.

Temblorosa, se lleva la mano al bolsillo, donde guarda la caja de cigarros que compró en algún punto de su largo camino. Porque puedes saber por sus zapatos sucios, el sudor perlado de su frente, y el desaliño de su ropa, que ha caminado ya bastante. Que posiblemente hasta corrió gran parte de ese camino para ver si así podía huir de su pasado. Se lleva el primer –o tal vez el décimo- cigarro hacia sus labios, agrietados por el sol y la sed, y aspira de ese veneno que contribuye a matarla. Piensa que si fuma lo suficiente tal vez la mate la nicotina, y no el vacío que aún un simple espectador como tú puede ver en su pecho. Se siente sola, desprotegida. Perdida. Inició su viaje hace mucho y no ha parado de caminar desde entonces. No sabes de dónde viene, ni sabes a dónde va. Pero la ves tan frágil como las alas de una mariposa. Está cansada, delgada, demacrada. Decides acercarte a ella, pero de repente notas como, al alzar la vista, la mirada que acompaña a su rostro cambia: Pasan de ser un reflejo claro del vacío que yace en su pecho, a expresar el dolor que en ese instante le azota el alma como un verdugo azotaría al condenado. Sigues la dirección de su mirada y al final del trayecto están dos personas. Un chico, que tiene la misma mirada de vacío en su rostro, y otra chica que no parece percatarse de ello. La rota mariposa solo se da media vuelta y comienza el camino de retorno. Con el corazón roto. El alma muerta. El cigarro entre los labios. Y con otra cadena añadida a su condena. Pero “está bien” dice ella. Ella sola se cavó su tumba, y ella sola escribió su destino.

Das un paso en su dirección, dispuesto a ayudarla. Sientes la necesidad de darle a esa mariposa torturada hasta romperse la protección que tanto necesita. Pero no puedes hacer nada. La mariposa se detiene, algo se le ha caído, y solo entonces desvías la vista lo suficiente para observar como ese otro chico corre hacia ella. Grita su nombre. Ella voltea, y al darse cuenta quién le llama, sus ojos se llenan de lágrimas. Mira con miedo hacia el anterior lugar del chico y allí está esa otra chica, mirando perpleja como delante de sus narices se arregla lo que nunca debió de romperse. El chico alcanza a la mariposa y la estrecha entre sus brazos, esconde el rostro de ella en su pecho y aguarda mientras solloza. Mientras ella desahoga entre lágrimas e hipidos todas esas largas horas de largas caminatas. Mientras ella termina de desnudar su temerosa alma –ya ha sido bastante dañada- ante él.

Finalmente, ella calma su llanto, y él con ternura levanta su rostro. Seca sus lágrimas, y besa cada ojo que ella mantiene firmemente cerrado. Todavía tiene miedo. Teme que este sea otro de esos sueños que la asaltan de madrugada y que solo le dañan más. Él le susurra algo al oído y ella sonríe. Abre los ojos. Sus ojos también sonríen. Vuelve a llorar, esta vez de felicidad. Su condena ha terminado y todo está bien ya. Se dan un beso, uno largo. De esos que calientan hasta al más frío corazón. Y tú, mi querido espectador, también te sientes feliz. Sientes que, por fin, algo bueno sucedió en este mundo. Ahora eres tú quién se da la vuelta y emprende un camino, que esperas, sea sin retorno. De todas formas, ya cumpliste tu misión. Ya no tienes que hacer nada en este mundo. Y te marchas, feliz. Ya volverás si acaso ellos vuelven a necesitarte. Ese es tu trabajo.

Hasta pronto, mi querido espectador.