Cúpula de Libros
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Anonymous
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Temor a la vida. Empty Temor a la vida.

23.03.15 22:05
Durante el Tercer Reich, las ilusiones de ambas perecieron. Frente a los ojos de la rubia, su anterior razón de ser lloraba e imploraba por su vida. Veía en ella la misma carita inocente de siempre. No obstante, en ese momento en el que las miradas se encontraron por primera vez en cinco años, el mundo se detuvo y el temor a la vida de la judía chillona había sido reemplazado por la felicidad cubierta de rencor. Con una pistola en la mano y apuntando hacia la frente desnuda de su hermana, tuvo una punzada en el pecho. Quizá era por el hecho de que fuera a despojarle la vida a su prójimo más cercano o porque la mirada de la Oberaufseherin María le carcomía el alma.

—¡Schnell! —Rápido, ordenó María a la pobre mujer que contenía sus lágrimas ante la presencia de la pequeña de su misma sangre. Apretó el gatillo y disparó, más sólo lastimó el brazo de la familiar. ¿Por qué una niña de tan sólo doce años tendría que recibir una bala sin hacer nada malo? Está bien, la pobre era judía y en ese entonces era el pecado más grande cometido por la humanidad, pero… ¿qué ganaba? Propiciarle una golpiza sería correcto en los ojos de la hermana mayor, pero dispararle es ir muy lejos, en los pensamientos hipócritas y ruines de la misma. Y es que a pesar de que le dolía verla así, muy por dentro le odiaba. Habían nacido en la misma familia judía, en ellas corría sangre judía, habían crecido con una mentalidad judía. Y sólo una lo había aceptado y se había conformado con ello. ¿Por qué aceptar aquél sucio destino? Todos morirían algún día, pero adelantar la fecha de tu entierro nunca está bien.

—¿Pero es que eres estúpida? —María tomó su brazo y arrancó la pistola de las manos, dejándole irritada la palma. Con una expresión adolorida en su cara, observó cómo se dirigía a una esquina para recargar el arma. Aprovechando la desolada situación, se acercó a la muchacha.

—¿Qué has hecho para que adelanten tu deceso?

Observó las adoloridas lágrimas de la muchacha caer por su mejilla enrojecida por lo que parecían ser bofetadas recientes. Le pateó levemente la rodilla, haciendo que ésta se estremeciera y se acomodara en posición fetal. La mujer hizo una mueca.

—¡Te estoy preguntando, Rosa! ¡Respóndeme! —Y es que en su vida había cometido un error así de fatal. Llamar a un sucio judío por su nombre era como ponerse la soga al cuello; un suicidio indirecto, un homicidio premeditado. María, sin preguntar cómo ni por qué, corrió hacia la asustada mujer y la tomó del cuello.
—¡Regla número tres, Helga! ¡La tres! —Apuntándole con la pistola hacia el cuello, escupió un poco de autoridad en sus delicados rasgos.
—¡A los judíos no se les trata como humanos! ¡Los judíos son escoria! —Con el corazón en la boca, observó como su hermana se levantaba y tomaba el arma que había caído al suelo cuando María se había precipitado hacia la joven soldado. El símbolo nazi del antebrazo de Helga se pintó de un rojo carmín, proveniente de la sangre de su prójima. Con las ilusiones al nivel del concreto, escuchó con toda la pesadez del planeta a su hermana gritar vulgaridades hacia ella. Algo que jamás se había esperado había ocurrido: se había sentido ofendida a un nivel muy grave. No por el hecho de que las groserías hayan salido del mismísimo infierno, bueno fuera.
Fue que la dulce Rosa, la que no rompía ni un plato ni mataba a una mosca, cometiera tal hazaña, tal atentado contra la poca cordura de Helga. Descrito en su mente como una daga al corazón, en el rostro de Rosa no había una sola pizca de arrepentimiento ni dolor. Era una valiente judía con un desmesurado deseo de asesinar a alguien de su misma sangre. Pero eso ya no importaba, no jugaban en la misma liga hacía tiempo atrás.

Y María no sólo observaba la grandiosa escena con una sonrisa en los labios: en su retorcida cabeza felicitaba a la sucia judía con capricho homicida por su muestra de coraje. Helga le observaba con una mano en su brazo, el cual pintaba el uniforme con un color carmín, color Hitler.

Lo conveniente del idioma alemán es que todo lo que prediques parece un insulto, por lo que cada palabra, cada sentencia, cada frase que salía de la boca de Rosa hería el poco juicio que le quedaba. El Tercer Reich la había ensuciado de una manera inexplicable; le había lavado el cerebro de forma inconcebible.
La Helga judía con amor hacia todo lo que existía había desaparecido bruscamente, y todo por culpa de una ideología que se mostraba pacífica y justa a los ignorantes, pero una vez dentro de ella tu vista al mundo dejaba de ser pulcra. La pobreza se volvía la mayor enemiga de los nazi, pues, ¿qué mejor sinónimo para un judío? El día que escapó de casa, escuchó incluso dos calles delante a Rosa llorar por la ventana, suplicando su regreso. Pobre criatura, teniendo que sufrir por ver a su hermana adentrarse al cuarto oscuro del planeta, por haber cavado tempranamente un hueco para su ataúd, si es que gozaría de ese privilegio algún día.

—¡Los judíos están rebelándose! —Exclamó María fingiendo asombro. Pateando el grosero cuerpo de la joven, le escupió en la cara, llamando a algunos Oberschütze—. ¿¡Por qué no respetas a tus superiores, ignorante?!
Helga gritaba con fuerza el nombre de Rosa mientras veía a sus superiores llevársela a jalones de cabello y rasguños en el alma. Las lágrimas de la joven soldado caían de sus ojos como si de vidrios se trataran al mismo tiempo que la mirada de su hermana le partía el alma en dos, pues dejando de lado el rencor, pedía compasión, ayuda. Y fue como si el peso del mundo cayera sobre su espalda y rompiera lenta y dolorosamente cada uno de sus huesos, se sentía inútil al ver a María apuntarle con la pistola a la cabeza. No, eso no podía acabar así, tenía que hacer algo. ¿Cuál es el propósito de una hermana mayor en esta vida si no es el proteger a su princesa? Así que, armándose de valor, tomó a María de la pierna y la tumbó al suelo.

Atentando con su propia vida, golpeó fuertemente la inmoral cara de la mujer hasta que su brazo herido gritó piedad. Sintió un brusco jaloneo en su cabello al mismo tiempo que una puñalada en el estómago.
Cayó al suelo escupiendo sangre mientras Rosa gritaba estupefacta. Pero si es que no hubiese sido por ella, Helga no hubiese sacado su instinto protector desde lo más profundo. Ya no le importaba la SS, o Hitler, o María la bestia: en su mente predominaba el deseo de huir con Rosa a lo más recóndito de un bosque y vivir con una venda rosada en los ojos al mismo tiempo que veía la ropa de la joven caer al suelo al ser arrancada por un soldado.
Y en el momento en el que un pedazo de su identidad caía al frío concreto, su alma se elevaba al cielo.

Rosa Freud tuvo el privilegio de morir por una bala en el cráneo. No más dolor, no más llanto. Únicamente el doloroso lamento de Helga, quien en ese momento observaba arrepentida la película de su vida con una sensación de frío intenso en su cuello y la desesperación de no poder respirar.

Aquel día, aquella escena. Yo no debería de tener sentimientos encontrados por nadie, mucho menos por la humanidad. Pero desde lo más profundo de mí ser, pobre de mí admitir el cruel destino de aquellas muchachas, que si no hubiese sido por la ambición egoísta de un hombre, la vida les hubiese regalado rosas. Helga y Rosa Freud fueron una de las pocas que realmente disfrutaron de mi regalo. Algunos llaman a la vida un don, un obsequio valioso; y sin embargo, a muchos les repugna, les asquea. Es por eso que llaman mi nombre para que les obsequie el presente definitivo, la muerte.

Y debo admitir que me alegro por los que lograron salir vivos de aquella tortura, por los que llegaron a contarlo todo a sus nietos; y me alegro más de aquellos soldados que cargaron con la maldición de la vida por años y años, oprimidos por el arrepentimiento, las pesadillas con las que tenían que lidiar noche tras noche; con los gritos de piedad de sus víctimas, con las caras atemorizadas de los que creían sus inferiores.

Recuerdo muy bien al Tercer Reich como «el momento en que la estupidez humana traspasó el límite». Entonces, esperaba que jamás volviera a pasar y así, la muerte no fuera el mejor de mis regalos. Pero parece ser que más que una lección, fue una guía. Y observar a mis pequeños pedacitos de gloria creyendo acabar con el mundo me lastima profundamente. Porque más que abrirse paso para obtener poder sobre todos los demás, están matándose con lentitud. Les di el don de la fuerza para defenderse, pero parecen usarlo erróneamente.

Pero venga, repitan después de mí: ¡Sieg Heil! Si así quieren jugar, está bien. Yo estaré en el equipo contrario. ¡Heil, mein Tod!

--

Este cuentecito estaba planeado para una convocatoria que hay actualmente en mi escuela, pero me robaron la idea y la verdad se me quitaron las ganas. Pero me gustaría que me dieran su opinión.

Very Happy ¡Un saludo!
Anonymous
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Temor a la vida. Empty Re: Temor a la vida.

24.03.15 12:14
uuy que mal por lo de la convocatoria ... Tu escrito hubiese estado bien para que lo leyeran. Me agrado solo que tengo una duda.... ¿Las dos eran judias verdad? Entonces.... ¿Que hacia Helga de lado de los nazis...?
Anonymous
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Temor a la vida. Empty Re: Temor a la vida.

24.03.15 15:53
Como dice allí, es porque había huído de casa para unirséles. No quise especificar por qué para que se imaginaran.

¡Gracias por comentar! Smile
Anonymous
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Temor a la vida. Empty Re: Temor a la vida.

24.03.15 21:39
bueno es que .... Bueno nada jajajaj quizá este equivocada. aun así un escrito muy bueno de hecho creo que debiste entrar en la convocatoria y gracias por compartirlo con nosotros =)
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Temor a la vida. Empty Re: Temor a la vida.

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