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Libro - HUND - La isla Empty Libro - HUND - La isla

19.05.15 12:15
¡¡Hola!! Ok, les dejo un pedazo del libro que estoy escribiendo, principalmente pidiendo sus opiniones sinceras y sugerencias. Quiero que sea un libro de lectura sencilla, así que no prometo nada en particular, excepto una historia hecha con pasión por el arte (:  El motivo de publicar ésto es mejorar, así que gracias por tomarse el tiempo...

Estoy parada en un tempano de hielo en la enormidad del ingrato océano, escurriendo agua helada y con tanto frío que estoy temblando como un perro chihuahua. Claro, que si esto lo comparamos con la avalancha de irá y odio que he llegado a sentir en este punto por Ernesto Levitt, el que debería estar temblando sería él. No sé ni si quiera que emoción permitir en este momento específicamente, pero yo diría que lo que se apodera de mí es una mezcolanza de rabia, frustración y tristeza al recordar todo lo que ese hombre trajo a nuestras vidas. Necesito dejar de pensar en plural, ya no puedo decir “nuestras”, ahora solo soy yo.

El día que Ernesto Levitt apareció en la Isla, yo tenía apenas 11 años. Éste señor era el padre perdido y hasta entonces desconocido de mi mejor amigo. Desaparecido en una excursión militar. Se decía que era un maravilloso hombre, respetable y admirable capitán de la guardia marina que se había ido a una excursión. Aunque de hecho las excursiones que se hacían en Hund no significaban gran cosa, tomando en cuenta que vivíamos en una isla muy pequeña y pacífica, sin chiste. Pero entonces desapareció el capitán Ernesto Levitt. Después de todo, las excursiones resultaron ser la gran cosa incluso en éste lugar pacifico, pues cuando volvió quedó claro que a éste hombre le había sucedido algo atroz que lo cambio permanentemente, algo que le impidió volver durante exactamente 12 años, la edad de su hijo.

Después de que no volviera de su excursión rutinaria, por supuesto que lo hacían muerto tragado por el mar o algo peor, así que para cuando regresó, todos estaban maravillados y le preguntaban lo sucedido pidiendo  casi a gritos de emoción historias sobre sus hazañas. El hombre se convirtió en la persona favorita de todos en Hund. Era todo un sobreviviente, que había logrado regresar de su ardua excursión en la que había tenido que pasar las peores atrocidades y viviendo para contarlo.  

A mí, Ernesto Levitt nunca me pareció la gran maravilla, solamente me daba un poco de miedo su rostro firme, con una sonrisa que parecía desconfiable y malvada, casi como si pudiera ver sonreír a una araña venenosa. Yo era la única persona, más bien dicho, la única niña lo suficientemente extraña para desconfiar del hombre que para todos era un héroe. Mi curiosidad es algo que ya me había traído problemas en el pasado, pero incluso siendo una niña me proporcionó la suficiente astucia para tampoco comprender del todo, en donde había sido su maravillosa excursión de la que extrañamente no recordaba nada concreto, misma de la que llegó lleno de información.

No hablo de cualquier tipo de información, sino que era algo avanzado, tecnología hasta entonces desconocida en Hund, misma información que tiempo después salvaría a la isla en dos ocasiones del colapso de la tierra. Con su tecnología creó bunkers submarinos, artefactos hasta entonces desconocidos en Hund que salvaron la vida de todos en dos huracanes que prácticamente desaparecieron todo lo que quedó en tierra.

Por supuesto, a pesar de no contar detalles sobre sus hazañas (porque según él no recordaba casi nada de los eventos traumáticos, y lo que si recordaba era tan doloroso que no podía hablar de ello declarándose a sí mismo como un hombre de pocas palabras), se ganó la admiración de la isla entera, por su inteligencia y valentía. Así que no tardó mucho en convertirse en el rey de Hund, literalmente el rey. Inició su carrera como un gobernante cordial y valiente al que todos aplaudían, hasta que tuvo el suficiente poder para volverse loco en la gloria, matando de hambre y angustia a las personas por puro placer.

Recuerdo todo eso en un minuto y al volver a la vida real, siento que la adrenalina de nadar como loca, la impotencia de saber por qué lo hice y el recuerdo de éste señor (si es que se le puede llamar así) me elevan lo suficiente la temperatura para no morir congelada. Incluso mis mejillas se ponen al rojo vivo y estar parada en lo que por su enorme tamaño imagino es algo así como un iceberg, es el menor de mis problemas. Digo “algo así” porque si fuera un iceberg real, el agua estaría lo suficiente congelada para haberme matado en segundos, con la sensación de millones de cuchillitos atravesándome.

Camino de un lado a otro con pasos apresurados, es como si buscara una salida desesperada. Después de tanto tiempo de estar atrapada en una isla y después en un barco, me acostumbré a intentar huir y justo ahora agrego otro intento a la causa.

La desesperación es bárbara, porque de verdad estoy intentando encontrar algo a la vista a parte de agua; un barco, una isla, un avión, una roca flotante… de hecho a estas alturas hasta observo el fondo del mar en busca de lo que sea que nos saque de aquí, bien podría ser una ballena bondadosa, un delfín amigable o un milagro con pies y forma física. En estos casos lo que sea es mejor que estar aquí atrapada,  muriendo congelada y olvidada, lo cual pasará muy pronto si no encuentro ese milagro. ¡Esto es inútil!, a duras penas hay señales de viento y éste endemoniado hielo gigante parece no tener fin. Desde el barco no se notaba su enormidad, pero estando aquí parada hace que me sienta más diminuta que una hormiga. Y por más que me esfuerzo, lo único que puedo ver alrededor es solamente agua, entendiendo por fin el significado real de la palabra infinito.

Es un poco irónico en este momento pensar que Hund es el lugar donde más desearía estar. Esa pequeña isla que me vio nacer y de la que yo solía creer lo peor. Pensaba que vivía en un lugar olvidado por el mundo, alejada de la gran civilización. Encerrada, atrapada, sola. Pero en estos momentos es el lugar donde más desearía estar, ya no me sentiría débil, sola o pequeña. Bueno, ahora sé que no sería así. Pues en este momento sé lo que es estar atrapada. Estoy literalmente perdida y varada a la mitad del mundo, en la nada y algo peor que en soledad. Porque como si estar solo dios sabe donde no fuera suficiente, para desgracia mía, me encuentro aislada con un perfecto imbécil que me irrita solo de verlo. Simplemente no logro comprender porque de todas las personas en el mundo, me tuvo que tocar estar aquí con él.

No puedo decir que odie a morir a éste muchacho, no del todo, aunque en mi interior algo me dice lo contrario. ¡Lo detesto, sí, lo odio, lo aborrezco!. Aunque no, es decir, no lo odio tanto. ¡Maldita sea! No tengo idea de qué siento. No quiero empezar con una confusión mental así que llego a la conclusión de que no sé en qué grado lo odio, pero sé que si lo odio, punto.

Tengo la ligera sospecha de que a Dios le gusta burlarse de mí constantemente de tantas diferentes formas, que ya perdí la cuenta. Formas irrazonables, incomprensibles y de hecho malvadas. ¡Debe ser divertidísimo verme aquí con él! Sin saber qué tanto odiarlo, que tanto compadecerlo, qué tanto intentar asesinarlo o que tanto intentar salvarlo.

Como sea, la realidad es que incluso podría decirse que el chico parece una buena persona, común y gentil, como cualquier otra persona en Hund.  Sin embargo por principio ya se espera que lo odie pues es el hijo de Ernesto Levitt y si a eso añadimos su comportamiento tan inútil, bueno… ¡me irrita demasiado!. Se convierte en una tarea insoportable si quiera intentar mirarlo.

Todo lo contrario a mí, lo único que él hace es observarme con sus ojos profundos con mirada de cachorrito indefenso.  Me molesta su rostro inocente lleno de fragilidad y bondad, no parece tener nada que ver con su padre. ¡Hasta el tonto nombre mojigato le queda! “Ángel” ¡Argh!. ¡Es una detestable carga! Sé que yo por mi cuenta podría lograr sobrevivir en este ingrato océano donde estamos varados, pero este frágil chico no podría hacerlo ni una hora.

Ahora que lo pienso, esa es la razón. Si tuviera que sumar algo a la no tan corta lista de cosas por las que lo detesto, aparte de ser un chico frágil acostumbrado toda su vida a ser un niño mimado y consentido por ser el hijo de Ernesto Levitt, y por lo tanto asquerosamente millonario, en este momento la verdadera razón de mi desprecio es porque gracias a él estamos aquí. Lo odio por hacerme saltar al agua a por él. Ni si quiera entiendo bien porque lo hice, o sea se supone que debo aborrecerlo y no le debo nada ¿o no?. No tiene sentido. A veces creo que no lo odio, pero otras me recuerdo que si lo hago y mucho. Por si las dudas me hago recapitular que ambos dejamos muy en claro eso hace un millón de años atrás, quizás fue en otra vida. No le debo nada.

Después de un segundo creo dar con la razón por la que salté por él, sí, por supuesto. Fue su mirada llena de angustia, temor y desesperanza al verlo siendo abandonado en la nada por su propio padre. No es como que no supiera que el muchacho era débil, de cierto modo eso es algo que ya estaba implícito, bastante obvio para mi gusto. Sin embargo delante de su papá ese comportamiento era incluso peor. Siempre lo veía con la cabeza agachada, hombros desguanzados y una tristeza enorme y extraña en el rostro detrás de la sombra del papá, hasta daba un poco de lástima, siendo más un sirviente que un hijo. Siendo más un perro que un sirviente.

No debería odiarlo por eso, yo mejor que nadie entiendo que él no tiene la culpa de haber sido abandonado y después manipulado. Que él no tiene la culpa de ser hijo de un bastardo. Incluso su padre le ganó por mucho a mi padre jamás conocido, en la historia de los peores padres.  
No hablo de cualquier tipo de bastardo, estoy hablando de un maldito asesino. Sí, ese es el verdadero nombre de Ernesto Levitt, “asesino”. O al menos debería ser el nombre del homicida despreciable que terminó con la vida de mi madre. Sólo pensar en ese hombre me da ganas de vomitar.

No me puedo permitir imaginar que esto sea una conspiración de hijo y padre hacia mí, a pesar de cómo se ha empeñado Ernesto Levitt en hundirme. Creo que Ángel aún tiene un poco de respeto por la vida de los demás, y si no fuera así, al menos lo tendrá por su propia vida. Sé que a pesar de su cuerpo torpe y actitud mansa, es exageradamente inteligente e incluso él sabría que en mar abierto y sin medios de supervivencia provocaría su propia muerte en cuestión de minutos. Ernesto Levitt lo sabía y yo también. Pero yo salté a por su hijo, mientras él lo abandonaba ahí, sin inmutarse, en un hielo casi asesino. Ni si quiera se tomó la molestia de aventarlo por la borda del barco para que su hijo muriera rápidamente y simplemente no mirar atrás, sino que hizo preparativos para su abandono, como si se tratara de un gran evento.

Ancló el barco y él mismo en un bote junto con sus lame botas llevaron a su hijo al enorme hielo, tan solo para dejarlo ahí parado como vil objeto inservible, sin nada. Ni agua, ni comida, ni un salvavidas, ni absolutamente nada que pudiera darle una esperanza, bueno, ni si quiera unas últimas palabras explicando porque lo abandonaba.

Debo admitir que me sorprendió y agradó demasiado la forma en que Ángel aceptaba su muerte. No gritó a su padre por ayuda, ni si quiera se volteo desesperado. Por primera vez en años lo vi con la cara en alto delante de su padre, sin mover ni un centímetro su postura altiva. Hasta el último segundo, ambos se miraron fijamente a los ojos. La diferencia es que Ernesto Levitt en su papel ruin lo miraba con una media sonrisa burlona, llena de arrogancia. Ángel en cambio, lo miraba fijamente con una mezcla de odio y aborrecimiento, sin inmutar su posición, como diciendo <<esto no me asusta, siempre he sabido de tu mezquindad y te lo haré pagar>>, esa simple mirada retadora es la acción más grande de valentía y rebeldía que pudo tener. Nadie se atrevería jamás a mirar así a semejante personaje. Y aunque ahora ya no servía de nada, aún así me fascinó y me permití disfrutar y saborear el momento.

En cuanto Levitt regresó al barco empecé a sentir el movimiento lento del océano y escuché la voz grave del bastardo indicando a todo pulmón que nos retirábamos, dejando a su hijo a la deriva, y hasta ese momento fue cuando miré de nuevo en dirección del hielo y me pude dar cuenta de la angustia y desesperación del chico, una vez que su padre apartó la vista, Ángel dejó de apretar sus manos en puño e incluso de lejos podía notar que intentaba calmar el temblor limpiando el sudor de las manos, y estando en ese hielo sé que definitivamente no era por calor. El chico parecía una maraca y su mirada recorría el mar en 365 grados lo cual delataba la angustia que tanto se había esforzado en ocultar. Supongo que fue ahí cuando no pude soportar la escena. ¡La tonta Surie compasiva no lo dejaría morir, no así, no con esa imagen como su último recuerdo!. No lo pensé o me detuve a planear algo, mis músculos simplemente se movieron involuntariamente y salté. Nadé como loca en agua que pudo haber sido tan helada como para matarme y que gracias a dios no lo fue, pero a mitad del camino me di cuenta de mi estupidez, pude haber muerto con una bala al escapar del barco o por un agua demasiado congelada, pero peor aún fue llegar al tempano de hielo y subir porque hasta ese momento mi adrenalina se calmó un poco y me di cuenta que estábamos a mitad del océano mientras que la única esperanza de vida se retiraba a toda marcha y que yo no podía hacer nada al respecto. Ahora henos aquí, a unas cuantas horas de morir a mitad del mar. ¡Fantástico!

Estoy tan perdida en mis pensamientos y enojo que apenas me percato que seguimos parados bajo los pobres intentos de rayos solares en un casi tempano de hielo. No tengo idea como vamos a hacer para salir de aquí, pero me rehúso a morir y darle la satisfacción a Ernesto Levitt. Dije que vengaría la muerte de mi madre yo misma y sé cumplir mis promesas.

-Salta ya- le grito irritada, como si fuera obvio que debía hacerlo desde hace un rato ya.

-No puedo, moriré si lo hago - me contesta con su gentil y fastidiosa voz. Casi como si yo le hubiera pedido el favor.

-¿Acaso me oíste decir “si su majestad desea, salte por favor”?.

-No Surie, y lo siento. Sé que se supone que nos odiamos y demás, y también sé que voy a morir si salto lo cual quizá sea fantástico para ti, pero yo no me lanzaré a mi propio suicidio.

-También morirás si no lo haces. Morirás deshidratado, por insolación, por hambre, por sed o congelado en la noche, la que llegue primero aquí arriba. Claro, eso si no es que yo te mato primero - le grito exasperada - ¡así que salta ya!

-No puedo Surie, lo siento pero no saltaré. Es verdad, voy a morir el día de hoy de una forma u otra, pero prefiero esperar a mi muerte segura y lenta aquí arriba, y sé que tú no me matarías pues de nada serviría que te hubieras arriesgado por mí.  

-No me arriesgué por ti ¿entiendes? – Me justifico - Simplemente no soportaba estar un minuto más encerrada en ese estúpido barco con tu asqueroso asesino padre.

-¡Entonces fantástico! -agrega en tono sarcástico, recalcando y separando de una en una las palabras – Porque, ya que sólo saltaste para no estar en el barco de mi padre, creo que será mejor que saltes de nuevo, nades hasta donde puedas e intentes salvarte a ti misma y te olvides de que existo. A menos que tú también tengas planeado morir el día de hoy, porque por ahora ese es mi plan.

Lo dice muy enserio, incluso cruza los brazos arriba de su pecho como un niño enojado haciendo berrinche. Se sienta aferrándose a quedarse ahí.
- ¡Dios! ¡No puedes ser más desesperantemente dramático! Si lo que te preocupa es morir congelado – y sin darme cuenta de lo que admito hasta que ya es demasiado tarde agrego- te recuerdo que recién salté y nadé en el agua helada para salvarte y sigo de carne y hueso, respirando.

-Creí que habías dicho que no te habías arriesgado por mí – Se apresura a decir con una sonrisa de pleno orgullo y satisfacción por mi reciente declaración, de la que ya me había justificado.

-A ver niño ¿es que acaso te parece esto una broma?, ¿te parece muy divertido estar aquí?  ¡SALTA YA! – Le grito,  más furiosa por haber contribuido a su estúpida arrogancia que por estar en el hielo. -No acabes con mi paciencia o te mataré yo misma y créeme cuando te digo que si es necesario te comeré para sobrevivir. ¿Si me estás comprendiendo? ¿Si nos estamos entendiendo?

-Siempre supe que querías devorarme, ¿quién te culparía? Tengo un cuerpo irresistible, pero tranquila que no necesitas mas que pedirlo, el asesinato no es necesario.

Intenta sonar arrogante y seguro, incluso su expresión lo intenta y hace una mueca cerrando el ojo, sé que está esforzándose, pero no le creo nada. Incluso su arrogancia tiene límites y él jamás hablaría de sí mismo así, refiriéndose específicamente a su cuerpo, o al menos eso creo, es lo que recuerdo. Ya ha pasado demasiado tiempo desde que tuvimos una conversación, pero en éste momento más bien quisiera vomitar con su pésima actuación. Así que solo me río y añado sarcásticamente:

-¿Quién lo diría? ¿De repente el niño Levitt manso y tímido ya tiene actitud? - intento alterarlo con su propio juego, porque esto ya se convirtió en un reto personal. Ahora es una guerra de palabras y en eso no sé si pueda ganarle, es más su fuerte que el mío, pero aguanté muchos años las palabras que tenía guardadas para él, así que ahora solo pueden salir en forma de veneno, y sin pensarlo remato con mi mejor carta sabiendo que lo herirá - ¿Qué le pasó al niñito torpe, gentil y temeroso detrás de la sombra de su papi? ¿Se cansó el niño de cazar personas junto con su papito?

Y por su puesto para mi desgracia él no sigue echando leña al fuego, a pesar de que tiene mucho de donde cortar, sino que me contesta con la  voz más tímida y la frase más dócil que se le pudo ocurrir en este instante dejándome como una tonta por haberlo herido de una forma tan sucia.

-Creía… creía que detestabas que fuera gentil, suave, débil, manso o lo que sea que creas que soy. Siempre haz odiado a la gente mediocre y sin actitud. La última vez me lo dejaste muy claro. Así que intenté probar algo nuevo y quizá así me odiaras un poco menos y estar aquí juntos no fuese tan insoportable para ti.

Recuerdo esa vez, la última vez que lo miré a los ojos y dije que lo odiaba,  pero ahora mismo parece una escena tan triste que no me doy el permiso de traerla a la actualidad, así que sigo escuchando lo que dice.

-Pero veo que no funcionó, o sencillamente lo que te irritaba de mí después de todo no era eso. Al parecer no hay forma en que yo te agrade ni poquito –deja caer los hombros como un ademan de decepción– Además, si saltamos ¿a dónde iríamos Surie? no hay nada más que agua por todas partes a nuestro alrededor. No hay a dónde ir.

Me toma por sorpresa, dudo, no sé qué decir y el tiempo razonable para que alguien conteste se está agotando, así que sólo miento torpemente.

-Recién acabo de ver una isla… a lo lejos, o sea… pero… pero no tan lejos, es que…

Y dejo la frase sin terminar, porque sé que mi mentira fue pésima, no se me da muy bien eso de mentirles en la cara a las personas, pero tenía que hacerlo para evadir el tema, pues tiene razón, simplemente no hay forma de que me agrade. Incluso cuando salté por él queriendo salvarlo, no sé si fue por lástima o por otro motivo, pero no quiero saberlo, él sigue siendo el hijo del hombre que más odio en la tierra, de un dictador ingrato asesino de miles, asesino de mi madre.

Hubo un tiempo en el que Ángel y yo solíamos ser los mejores amigos, teníamos un lazo que nos unía muy fuertemente. Prácticamente desde que nacimos nuestras madres nos criaron juntos, ellas eran las mejores amigas ya que al haber crecido sin familia eran prácticamente hermanas,  y después de la huída de mi padre y desaparición de Levitt ambas tenían ya demasiado en común. Ángel y yo que sólo nos llevábamos menos de un año de diferencia, también crecimos como mejores amigos. Por su puesto fue muy fácil congeniar porque siempre estábamos juntos y vivíamos en una isla pequeña, tampoco es que hubiera un mundo de gente con el cual convivir, así que nos volvimos inseparables. Él con su actitud siempre bondadosa, servicial y gentil, mientras que por otro lado yo era la mal portada y angustia de nuestras madres. Nunca me gustaron las reglas sin sentido aparente, yo amaba la libertad, las aventuras, la adrenalina, el aire. Incluso en la escuela solían llamarme “la salvaje”, sé que con eso intentaban ofenderme, pero para mí era todo un logro, me sentía orgullosa de mi apodo. Aunque era bastante divertido observar a Ángel intentar defender mi nombre real, ya desde entonces el niño era todo un cerebrito y usaba las palabras adecuadas intentando ponerlos en su lugar, lo cual solo ocasionaba nuevos apodos para él. Aún así lo intentaba cada vez mientras seguíamos siendo los mejores amigos. Por supuesto éramos algo así como polos opuestos, pero eso funcionaba bien para nosotros. Yo era la mala influencia y siempre conseguía sonsacarlo para escaparnos y preocupar a nuestras madres. No por el gusto de preocuparlas, sino que sólo había una cosa que él y yo teníamos en común y era la curiosidad, el aprendizaje por así decirlo. Nos sorprendían todas las cosas nuevas, siempre que aprendíamos algo era como si nos hubieran dado un millón de dulces. Nos emocionaba y lo investigábamos, jugábamos con el hecho y platicábamos de ello hasta que descubríamos otro “algo nuevo”. La curiosidad era nuestro rasgo distintivo.  Claro, a mí me gustó siempre el aprendizaje “salvaje”, es decir, me gustaba aprender viendo, escuchando, tocando y sintiendo. Viviéndolo. Pero para él eran mejor la escuela, las palabras y los libros. Nuestras formas de aprendizaje eran casi una tortura para el otro, pero con tal de estar juntos compartíamos la pasión por ello.

Ahora esos recuerdos están tan borrosos que parecen una mentira, algún sueño vago y torpe que jamás sucedió, algo tan lejano que no parece real, al menos no después de ser ahora algo así como enemigos, o peor aún, unos perfectos desconocidos.

Lo miro en este momento sabiendo que se dio cuenta de mi mentira y también de mi recuerdo, pero baja su rostro, los ojos clavados en el hielo, aminora el tono de su voz y con un sonido apenas audible y lleno de vergüenza lo suelta.

- ¡La cosa es Surie que tu no viste ninguna isla ¿verdad?, y aunque así fuera... yo… bueno es que yo…  mira, yo… no sé nadar ¿ok?!

No puedo más que reír a carcajadas. Sé que no debería burlarme del chico, que ya es lo suficiente frágil, que acaba de confesarme algo que pareció casi doler, qué quizá ya ha sufrido demasiado por el puro hecho de apellidarse Levitt, pero en algún momento tiene que aprender a ser tratado como el resto de las personas normales y dejar de actuar como un niño mimado y débil a la vez. En la vida real la gente sufre, en la vida real las personas se caen y se levantan porque tienen qué, y no se dan simplemente por vencidos. En su mundo no sé qué suceda, pero en el real planeo que sobreviva unos días en el mar abierto, así que necesito sacar su fuerza, algo a lo que aferrarse. Necesito su actitud y su integridad, esas que fueron robadas después del regreso de su padre y por experiencia sé que la manera más sencilla de lograrlo es por medio del odio. El odio es una gran motivación, la mejor diría yo. Así que haré que me odie de verdad, lo lastimaré hasta donde sea necesario, no quiero ser cruel, pero necesito que sobreviva, necesito que vuelva a la vida real y que de una vez deje de ser la maldita mascota de su padre. Si es necesario que me odie para sacarlo de aquí, lo haré.  No me importa.

- ¿Como puede ser posible que no sepas nadar? - le espeto, aunque aún finjo atragantarme en risas haciendo las caras más ofensivas que se me ocurren, insinuando lo estúpido que luce por no saber nadar al haber vivido toda su vida prácticamente sobre agua y lo recalco por si le queda duda– ¡Es imposible, vivíamos en Hund, una isla ¿sabes?! ¡Ja, qué vergonzoso, te humillas y te humillas, una y otra vez como si no fuera suficiente ya el ser un Levitt!.

Pasan algunos segundos y al no obtener respuesta vuelvo a sentirme una tonta por ser tan mala, no quiero serlo, pero haber sido una víctima de las circunstancias en Hund en los últimos años me convirtió en alguien calculadora y fría. Aun así por su bien creo que debo intentarlo, necesito que se aferre a algún sentimiento y el odio es el único sentimiento más fuerte incluso que el amor, te puede mantener vivo en las peores circunstancias, la sed de venganza es algo que no se subestima jamás. Aunque… bueno, supongo que no tiene que ser necesariamente odio hacia mí, yo no podría lograr tanto odio con esas huecas burlas después de todo. No necesito pensarlo mucho rato pues me doy cuenta que podría funcionar, alimentaré al muchacho de odio a su padre, es decir, ni si quiera será tan difícil, ¡el infeliz lo abandonó a su muerte!. Ni si quiera yo puedo competir con eso. Y esa última mirada que se dieron ambos, cuando Levitt regresaba al barco, es decir, sé que había una advertencia de venganza en la de Ángel.

- Además tu y yo siempre estábamos en la playa – le digo, intentando suavizar las cosas, para que confíe en mí - simplemente no tiene sentido, no es posible, yo te vi nadar, sé que lo hice.

- Por supuesto que tú ni si quiera recuerdas bien las cosas, pero créeme, aún así no sé nadar y no puedo saltar – Me responde y sé que le dolió lo suficiente pues me contesta con un ligero tono de rencor en la voz, y después dice titubeando-  mira yo...

¿A qué se refiere con que no recuerdo bien las cosas? ¿Está intentando ofenderme o confundirme? No lo entiendo, sé que recuerdo haber ido miles de veces a la playa con él, pero los recuerdos están demasiado borrosos para asegurar nada, así que lo interrumpo con mi voz irónica antes de que siga pues en este punto no tengo la paciencia, de verdad me parece ridículo.

-Simplemente es ilógico. ¿Acaso tus sirvientes nunca te enseñaron a nadar? ¿O es que ni si quiera lo necesitabas por que estabas muy ocupado siendo el niño Levitt?

Oh por dios, ¿por qué abrí la boca?, no lo planee, las palabras salieron sin que yo lo ordenara. ¿Qué no acabo de decirme a mí misma que me ganaré su confianza, lo haré odiar a su padre y lo mantendré vivo?. De verdad debo estar llena de rencor yo también, pues no puedo ni controlar mi propia lengua.

-Moriremos de igual forma, ya que no viste nada, sólo estás desesperada por salir de aquí a como dé lugar - Me contesta sin emoción aparente y con un tono de voz tan tranquilo que me irrita. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo se controla? Y ¿cómo es que aún me conoce tan bien?

Sé que está molesto porque evadió por completo la agresión. Eso es lo que hace. No actúa ante nada que pueda alterarlo, solo deja la emoción de lado. ¡Exasperantes costumbres de la gente rica y arrogante, a la que le gusta sentirse superior! De hecho es un rasgo aprendido de su padre, son tan parecidos en ese aspecto que no puedo evitar pensar que son uno mismo, hasta que me doy cuenta de la diferencia: Detrás de la gentileza y falta de emoción de Ernesto Levitt sabes que hay una enorme astucia y maldad, suficiente como para abandonar a su propio hijo a su muerte.

-No moriremos de ninguna forma ¿entiendes? Al menos no en un futuro cercano, no dejaré que mueras y tampoco planeo morir yo – lo intento de nuevo sin esforzarme tanto, para que parezca real – Te digo que recién vi una isla por allá.

Señalo con mi dedo índice al Oeste que es donde recuerdo haber visto tierra por última vez y como si fuera un regalo de dios u obra de magia, de repente sí que puedo vislumbrar tierra en esa dirección, fue tan sólo un instante y después desapareció, podría sólo ser una alucinación, el mismo brillo del sol o las ganas que tengo de que sea realidad, pero no puedo darme el lujo de quedarme aquí a dudar de su existencia. Así que primero lo empujo al agua a él.

Sé que suena malvado de mi parte, pero como dije, aprendí a ser fría y calculadora, y el chico no aprenderá a nadar en cinco minutos, mucho menos si está aterrado y reacio a saltar. Pero tampoco me puedo dar el lujo de perder a mi único atisbo lejano de esperanza. Así que por supuesto me lanzo detrás de él.

Está desesperado, incluso se ve más frágil que nunca. Sus berridos me recuerdan a los cerdos chillando en la granja cuando el profesor Leandro los agarraba para que pudiéramos tocarlos… Otro recuerdo que duele, así que lo reprimo y me sorprendo con lo que veo ¡Pobre Ángel, realmente no sabe ni flotar!

-¡Cálmate ya! - Le ordeno en un grito. Pero ni si quiera me escucha. Y claro, lo intento sostener pero comienza a hundirme junto con él. Así que sólo lo golpeo con el codo tan fuerte como puedo esperando noquearlo y aunque no funciona al menos lo trae de vuelta a la realidad. Dejándome respirar un poco mientras lucho por sostenerlo al mismo tiempo.

-¡Escucha niño, no hay manera de que volvamos a ese hielo! – le grito a todo pulmón mientras lo sostengo con mucha fuerza para darle un poco de seguridad hablándole con el tono de voz más severo que puedo- o cooperas o moriremos los dos ¿comprendes?

-Te dije que no sé nadar - añade con voz temblorosa por el frío y seguro que también por el miedo, mientras que con las manos aún está intentando sostenerse de algo, sostenerse de mí y puedo notar por primera vez el resentimiento en su mirada, y sé que no me perdonará haberlo empujado.

-Lo sé, pero yo nadaré por ti. Sólo necesito que te calmes. No podemos lograrlo si no te calmas. Es sencillo, si te calmas flotas por naturaleza y te podré sostener, es lo único que necesito ¿Podrás lograr esa sencilla tarea?. –Asiente de forma rápida como aprobación y sigo con las instrucciones – Ahora respira por la nariz y sostén el aire con la boca lo más que puedas, cuando lo sueltes hazlo despacio y después vuelves a inhalar. ¿De acuerdo?

Y como respuesta lo veo cerrando los ojos intentando calmarse y respirar profundamente.

- Ahora, sostente a mis hombros y trata de no hundirme.

Por supuesto me obedece aunque parece que está a punto de darle un colapso y no funciona. Está demasiado tensionado y eso le añade peso a su cuerpo lo cual no me permite nadar, así que opto por tomarlo de la mano e indicarle que intente empujarse del agua con la otra, mientras que uso mis súper habilidades en la natación para hacerlo con toda la rapidez posible. Y aunque es extremadamente difícil hacerlo con el peso del universo aferrado a mi mano, no es para nada la primera vez que lo hago así que después de un rato sé que hemos avanzado bastante. Entonces ¿cómo es que aún no logro ver el maravilloso atisbo de tierra que creí haber visto?

Comienzo a preocuparme demasiado, realmente no quiero morir y ni de chiste quiero volver a ese estúpido hielo, aunque por ahora parezca nuestra única opción. Ángel está demasiado tensionado estrujándome la mano e intentando no tragar agua para notarlo, pero estoy empezando a angustiarme y comienzo a sentir pesadez en el cuerpo. Me detengo un momento pues necesito descansar y a duras penas respiro. Antes de que le dé un infarto a mi compañero al ver que no sé qué hacer, volteo atrás rápidamente calculando lo recorrido, creo que al menos son 500 metros, no es tanto como creí.

El agua está tan fría como antes, Ángel no me permite recorrer lo suficiente, no veo nada alrededor, sólo pienso intensamente en que no moriremos hoy, no podemos, no debemos, tengo una misión y sólo quisiera estar cerca de una playa y las olas se encargaran del trabajo llevándonos a la orilla y…

Antes de que pueda si quiera parpadear estamos en una ola gigante que se estrella contra nosotros y nos aplasta separando las garras de Ángel encajadas en mi mano, alejándonos y revolcándome en tantas vueltas que siento el crujido de mi pierna al doblarse en la ingle de una forma en que las piernas jamás deben doblarse, me duele tanto que de forma instantánea intento agarrar mi pierna y volverla a su lugar olvidando que al envolverme la ola lo hizo por sorpresa sin tener tiempo de tomar aire y justo en ese momento empiezan a arderme los pulmones, así que intento salir a la superficie con tanto dolor en la pierna que apenas me permite moverme y las malditas olas me siguen agitando de un lado a otro dentro del agua. La desesperación me hace patalear tan fuerte que siento que estoy terminando por quebrar del todo mi pierna. Éste es el peor tipo de muerte, ahogada. Pero es inútil, estoy perdida y sé que si intento inhalar tragaré agua y podría acabar todo, por lo que aguanto y aguanto, hasta que siento tierra chocar con mi costado y entonces saco la cabeza del agua tosiendo e intentando inhalar al mismo tiempo, y me revienta en la espalda otra ola, llevándome más hacía la orilla. En cuanto consigo sostener mis manos, las apoyo en la arena, arrastrándome con ellas para que el agua no siga intentando asesinarme.

Y entonces respiro tan profundo como puedo, tosiendo como si me hubiera fumado una chimenea, asegurándome de que sigo viva. Cuando empiezo a tener un poco de consciencia, me doy cuenta que no estaba del todo sola, que hace tan sólo unos minutos solía tener aferrado a mí a un chico aterrado por no saber nadar. Oh por dios, no.

–¡ÁNGEEEEEEL!, ¡ÁNGEEEEEEEL!- grito tan intenso como la garganta (adolorida por tanto toser) me lo permite.

Busco por todos lados. No puedo verlo, no puedo encontrarlo. Recorro la pequeña playa rengueando adolorida intentando verlo tirado en la arena, pero no está. El agua parece salvaje como si un huracán se estuviera acercando, lo que creería si no fuera porque el cielo se ve perfectamente igual que un día de primavera, sin mayor inmutación. No entiendo porque las olas aquí son tan agresivas, en Hund jamás se vieron así y entonces pierdo la paciencia y doy lugar a la desesperación.

-¡ÁNGEEEEEEEEEL!!!!- Sigo gritando, estúpidamente porque con el rugido del mar jamás me escucharía, pero lo sigo intentando porque no puede morir. Le prometí que no moriría y no morirá, no hoy. - ¡ÁNGEEEEEEEEEL!. ¡ÁGEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEL!. ¡ÁNGEEEEL POR FAVOR!. ¡Por favor contesta! ¡Ángel ¿dónde estás?, te lo ruego por favor! ¡Ángel, no!– mis palabras comienzan a apagarse con cada suplica por que conteste al ver que no lo hace.

No lo pienso mas, el tiempo apremia y la esperanza se agota. Como puedo me dejo caer y jalo de mi pierna para enderezarla, escucho que truena y me duele como el maldito infierno, pero me pongo de pie y corro a duras penas al agua y me meto en el agresivo mar. Nado con tanta energía que parecería que me voy despertando de una gran noche de sueños y descanso, pero no es así, estoy cansada a más no poder, pero en éste momento no lo recuerdo, nado de nuevo como loca en busca de mi tesoro más preciado.

En éste momento no estoy buscando a mi enemigo, al chico que odio,  al hijo de mi peor enemigo, al achichicle del asesino de mis seres queridos. No estoy buscando al chico que me hirió para siempre, no busco al chico que me abandonó, o al que me irritaba tanto hace apenas una hora con su pura existencia. No. En realidad estoy buscando con urgencia a mi mejor amigo, a mi otro yo, estoy buscando al chico que nunca dejé de querer, al chico que me salvó la vida con su pura existencia cuando todo parecía perdido, al chico que me daba la valentía para confrontarlo todo, al curioso con el que descubrí el mundo en tan sólo un pedacito de tierra en medio del mar. Al mejor amigo con el que hacía pequeños pasteles de arena, con el que trepaba los árboles y con el que jugué guerritas con lodo ¿Dónde está? ¿Por qué no me responde? ¿Por qué no lo veo por ningún lado?. Si tan si quiera apareciera lo llevaría a la orilla y le sacaría el agua de los malditos pulmones, pero no está. No está por ningún lado.

Sé que deben de haber pasado al menos 40 minutos antes de que me rinda y salga del agua. Estoy temblando y lágrimas brotan de mis ojos sin que pueda controlarlo. La rabia me inunda porque sé que es inútil, nadie respira bajo el mar más de 5 minutos, nadie. Él no sabía nadar, me lo dijo, incluso lo vi con mis propios ojos y no quise escuchar. Lo lancé a los brazos de la muerte. Y lo maté.

No puedo creerlo, simplemente no es posible. Buscaré en la arena de nuevo, porque quizá no lo vi bien, o quizás está por ahí jugándome una mala broma como en los viejos tiempos, quizás está escondido…

A pesar del dolor de mi pierna, camino y lo busco hasta en el último rincón arenoso de este pequeño pedazo de tierra, pero nada. No hay ni rastro de su existencia. Y por segunda vez en el día me tengo que recordar que ya no debo hablar en plural, que ya no hay nadie más, que estoy completamente sola. El único tesoro que me quedaba en el mundo, al que tanto odiaba y al que tanto amaba, acaba de morir. Por mi culpa. Si, por mi culpa. Gracias a mí. Por mi culpa. Yo lo mate. Maté a mi única esperanza de vida con la peor muerte posible, ahogado, con angustia, abandonado por su padre y por mí y…


No supe en qué momento caí inconsciente. Entre tanto cansancio y dolor supongo que era inevitable, pero ahora que despierto, quisiera seguir dormida y nunca despertar. Es de noche, por el frío diría que puede ser la madrugada, pero no puedo confiar en el clima de una isla con las olas mas ruines del mundo.

Me levanto y rengueo hacia las palmeras, porque la marea está demasiado cerca de mí. No entiendo porque lo hago. De verdad sólo pienso en lo mucho que quiero estar muerta, en que ni siquiera hay forma de salir de aquí, jamás podré vengar las muertes de mis amigos, de mi madre o de Ángel. Jamás podré salvar a Hund de Ernesto Levitt. Estoy atrapada, no tengo ninguna motivación, así que ¿por qué no me quedo en la orilla esperando a que el mar me lleve y me elimine para siempre? ¿Por qué si quiera camino? Estoy tan apesadumbrada que no sé de donde saco fuerzas y definitivamente no comprendo mi finalidad, pero lo hago, camino.

Encuentro una palmera tan incómoda como lo serían las demás así que simplemente me tiro a un lado. Por supuesto que aunque me arden los ojos por tanto intentar ver bajo el agua salada, por tanto llorar, o simplemente por el cansancio, ya no puedo dormir y como soy una masoquista, miro a la nada mientras rememoro cada muerte de los que alguna vez quise. Recuerdo cada pequeño detalle. Incluso veo las imágenes de todos aquellos a los que nunca conocí pero vi morir despiadadamente en Hund en los últimos años. Cada horrible detalle viene a mi mente.

Era tan pequeña e ingenua cuando llegó Ernesto Levitt, vivía plenamente feliz con mi madre. No tuve necesidad de un padre, ella sabía perfectamente hacer el papel de ambos y tenía a mi incansable compañero de aventuras Ángel. No me puedo quejar de una horrible infancia, pues viví todas las alegres cosas que se supone un niño haga. Hund era algo así como un poblado pintoresco en medio del océano atlántico, que se convirtió en una isla que fue ignorada u olvidada por el resto de la humanidad después de que empezara el gobierno de Ernesto Levitt por sus políticas de gobierno, independientes y hostiles que no permitían la comunión con ningún gobierno exterior. Al final de cuentas creo que no éramos tan importantes, después de todo suspendíamos en un pedazo de tierra tan lejano y pequeño que no valía nada, no valía la pena.

Para mí, Hund era algo común, yo no sabía de nada en el exterior. Aquel era todo el mundo que conocía.  Sin embargo no me gustaba, había algo que no encajaba conmigo en ese lugar.

Mi madre decía que ésta pequeña isla tuvo sus épocas de gloria, pero cómo yo lo concebí fue muy distinto. La imagen la tengo muy clara en mi mente a pesar de lo mucho que he intentado olvidar. A veces lo he intentado tanto que pienso que esos recuerdos solo son mi imaginación.

Hund parece estar dividida en dos épocas a las que me gusta llamar Hund a.L. (antes de Levitt) y Hund d.L. (después de Levitt).  En la época d.L. por donde fuese que alguien caminara encontraría paredes que estaban negras a causa del moho acumulado por la humedad y descuido, las calles eran más que nada oscuras cuando el sol se metía. Recuerdo también como las personas pobres se convertían en vagabundos miserables, a los que veías extendidos en la calle, abatidos, pues no podían hacer otra cosa. Estaba terminantemente prohibido para ellos pedir limosna y los pocos que lo hacían, tan sólo era para ocasionar una muerte rápida y segura que acabara con su miseria, un disparo resolvía todo. Esa era la labor de los policías en Hund, matar a las personas que no cumplieran las normas, y era una norma bien declarada no pedir o dar limosa. Así que ya fuera por hambre o interacción humana, su destino era la muerte de todas formas. Era como si los vagabundos tuvieran una enfermedad terminante y contagiosa y nadie debía acercarse pues si lo hacían terminaban con el mismo destino cruel. Ya nadie se preocupaba por los demás, la supervivencia consistía en todo el egoísmo posible y cada quién debía vivir por su cuenta, velar por su propio bien.

Por su puesto la limpieza era algo inexistente, cuando en Hund a.L.  parecía ser lo más importante para poder salir de casa, ahora todo era suciedad. Podías caminar por las calles percibiendo olores fétidos, toda una combinación de basura, sudor, tierra, humedad e incluso personas esperando por su muerte en todos lados sin sentir algo de pena o revolverte del asco. La suciedad, la muerte y la desesperanza se habían convertido en el sabor normal de una tarde de verano.

Ernesto Levitt era un hombre tan ingenioso que supo resolver problemas tan sólo con su intelecto. ¡Ja! Hombre de pocas, sabias y extrañas palabras, jamás tuvo que mancharse las manos. Su historia no es diferente a la de otras personas poderosas, él sabía que después de haber salvado Hund en dos ocasiones, la isla le pertenecía, sabía que sería el gobernante. No necesitó esfuerzo para ser elegido y llegar al poder. No intentó luchar, para él eso significaba perder tiempo y recursos. Era muy astuto como para pensar con desesperación.  Ideó un plan sencillo y eficiente;  tomando ventaja de su pequeña fama de héroe salvador y valiente, se codeo con las personas más poderosas de Hund. No eran muchísimos los habitantes de la isla, pero teníamos un sistema que funcionada bien, a pesar de la pobreza del pueblo, se tenía lo suficiente para vivir, un gobierno autosuficiente al que Ernesto rápidamente compró con su falsa simpatía que podía atontar a cualquiera, incluso los funcionarios del gobierno. Una vez que su nombre resonaba fuerte, con toda la bondad y riqueza que pudo se ganó a las personas pobres o mejor dicho al pueblo en general, al que convenció de su miseria instándolas a luchar por tener una vida digna.

 Así fue cómo sin mover un sólo dedo Levitt provocó el levantamiento del pueblo hacia el pequeño gobierno. Por supuesto al ser Hund una isla olvidada por el mundo era difícil salir de ella y esos pobres funcionarios simplemente murieron. Mientras que Levitt como quien caminara por un vaso de agua a media noche, sin un mínimo de esfuerzo fue aclamado por el pueblo y se convirtió en el gobernante soberano. Al igual que los leones salvajes, una vez que uno de ellos gana la lucha, se convierte en el nuevo alfa y queda al mando de toda la manada. Ahora todos deben obedecer sus órdenes mientras que el otro pasa al olvido. Y de esta manera comenzó la tiranía de Levitt, imperceptible, manipuladora, sucia y triste.

Para mí, el cambio no había sido tan horrible como lo fue para mi madre, después de todo solo era una niña y no entendía “estas cosas de adultos”. Recuerdo ver a mi mamá volverse un poco desquiciada, caminaba de un lado a otro con prisa y agilidad una y otra vez en el mismo sitio, desesperada, preocupada, con la vista pérdida como quien busca encontrar la respuesta de algo en su propia mente, balbuceando cosas ininteligibles. De vez en cuando hablaba en voz alta e histérica. Me acariciaba la cabeza y enseguida decía en un tono de voz apresurado:

-Todo estará bien Surie, todo estará bien. –Aguardaba un momento y seguía- ¡La vida es maravillosa y sorprendente hija, nunca lo olvides!.

¿La vida sorprendente? ¿Qué intentaba decirme? ¿Qué tenía la vida de maravillosa ahora?. Era casi como ver un dibujo animado. Yo sólo la abrazaba porque no sabía que más hacer y me asustaba verla así, diciendo lo más estúpido dadas las circunstancias. Aunque de todas formas cuando intenté alguna vez decirle algo, sus frases seguían siendo al estilo: “Surie la vida es maravillosa, está llena de cosas indescriptibles, todo estará bien. Tú lo comprenderás y nos salvarás. ¡La vida es sorprendente!”.

¡Cómo odiaba que dijera eso! Mi pobre y confundida madre vivía en su propio mundo, estaba tan perdida e incoherente. Aunque admito que era mejor escuchar sus frases ilógicas, a esperar por una respuesta que jamás llegaba.

Mientras que yo lidiaba con la ausencia a otro mundo de mi madre quedándome casi huérfana, mi mejor amigo me abandonaba a la nada, como si yo nunca hubiese existido, cual pluma que se eleva al viento y jamás regresa. No hubo ningún motivo, no hubo ninguna pelea, él simplemente se fue. Supongo que ahora estaba ocupado siendo la cucaracha mascota de su propio padre, cumpliendo órdenes como un soldado fiel, como todo un adulto, disparando armas que mataban inocentes si era necesario y toda su bondad se vio reducida a nada.

Se convirtió en un monstruo, me abandonó y yo no podía comprender  por qué, hasta que un buen día noté la miseria en su totalidad y entendí cómo funcionaba el verdadero gobierno de su padre. Un gobierno absoluto y tiránico, en el que nadie podía tener voluntad propia, todos debían actuar como robots adormilados y absolutamente todo era vigilado. Todo debía ser aprobado por él, todo sometido a sus órdenes.

Al paso de un año, la gente pobre ahora eran tristes vagabundos esperando por su muerte en las calles. La isla era un asco la vieras por donde la vieras. Y yo era ahora la mamá de mi mamá, cuidándola, vistiéndola,  aseándola (cuando contábamos con suficiente agua) y trabajando en donde se pudiera para poder alimentarnos a ambas.

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