- InvitadoInvitado
La risa de la tragedia
04.03.15 19:57
ATENCIÓN. Esto es un cuento de terror. Eso significa:
A. Puede ser malo. El terror no es mi fuerte.
B. No se parece en nada a lo que vengo publicando.
C. Es raro. No me pidan que lo explique.
Me gusta mucho como quedó. Lo puse en mi blog hace unos meses y, no sé, capaz también les guste a ustedes.
NOTA: Ustedes dijeron que me extrañaban. Ahora, haganse cargo de ello y lean jaja.
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A. Puede ser malo. El terror no es mi fuerte.
B. No se parece en nada a lo que vengo publicando.
C. Es raro. No me pidan que lo explique.
Me gusta mucho como quedó. Lo puse en mi blog hace unos meses y, no sé, capaz también les guste a ustedes.
NOTA: Ustedes dijeron que me extrañaban. Ahora, haganse cargo de ello y lean jaja.
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La risa de la tragedia
Me encontraba derrumbada en el eclipse de mi propia soledad, asfixiada con la áspera cuerda de mi desdicha, cuando un haz de mortífera luz escarlata atravesó la habitación justo frente a mis apagadas pupilas. Casi sin moverme, seguí el tenue brillo con la mirada, buscando tanto su origen como su destino.
Embargada en un silencio tan profundo que temí haberme quedado sorda, me puse de pie y caminé hacia la ventana, evitando que mi piel rosara la misteriosa luminosidad; quizá temiendo que la luz se esfumara con la misma velocidad que llegó.
Nada.
El origen era incierto. La luz nacía en medio de la oscuridad exterior, sin que existiera una fuente que le diera forma o color.
Volteé, aturdida, en busca del extremo opuesto que chocaba con el viejo espejo de cuerpo completo que reposaba tras mi desvencijado escritorio. Dudé por un instante, pero finalmente opté por presenciar la deplorable imagen que sabia me devolvería aquel mueble. Y sumida en densa oscuridad, alumbrada únicamente por el haz escarlata, me vi.
Me vi y no reconocí aquellas facciones demacradas que devolvía el espejo. Varias arrugas surcaban mi joven rostro y un par de oscuras ojeras me ensombrecía la mirada. Los labios resecos y descascarados no tenían ya rastro de cuando los adulaban por su delicada belleza. Ya nada quedaba de la mujer que recordaba, la que solía ser. Nada.
Presa de una hipnotizante ensoñación, posé mi mano sobre el punto exacto donde la luz se fusionaba con el reflejo.
No. No. No. No debería haberlo hecho. Lo sabía. Desde un principio temí tocar el fantasmal brillo. Y allí donde el carmesí rozó mi piel, sangre comenzó a brotar. Una gota, un hilo, una gran mancha. Sin dolor, pero expandiéndose lentamente por mi cuerpo, como si cada vena y arteria se abriera a su paso, permitiendo que el líquido saliera a flote, tiñendo hasta el último milímetro de mi piel.
La tragedia me acosaba una vez más. Se burlaba de mí con sonoras risotadas mientras me observaba doblegarme en total desesperación.
Caí sobre mis rodillas y grité en silencio, intentando arrancarme la piel ya manchada y marchita, como si con eso detuviese el impiadoso avance de la sangre que emanaba cada vez a mayor velocidad. Me cubrí el rostro e intenté levantar la mirada para observar nuevamente el grotesco reflejo de mi cuerpo en desgracia.
Y la vi; era la luna.
No.
Si.
No, no lo era.
Con la visión nublada por el miedo y el dolor de haberme arrancado jirones de piel; la vi.
En el espejo, la Tragedia besaba mi imagen y reía, muda. Qué fatídico destino el mío, a merced del siniestro amor de aquel oscuro ser.
Permití a una lágrima carmesí escapar de mis ojos, instantes antes de que mi visión se tornara escarlata. Por un momento, las siluetas fueron rojizas, luego nada. Nada más que un vacío rojo uniforme.
Nada.
Y por fin pude oír la risa de la tragedia, llevándome consigo. Arrancándome el alma con brusquedad para colocarla junto con tantas otras. Para relegarme a una eternidad de vacío en su colección de caprichos amorosos.
Embargada en un silencio tan profundo que temí haberme quedado sorda, me puse de pie y caminé hacia la ventana, evitando que mi piel rosara la misteriosa luminosidad; quizá temiendo que la luz se esfumara con la misma velocidad que llegó.
Nada.
El origen era incierto. La luz nacía en medio de la oscuridad exterior, sin que existiera una fuente que le diera forma o color.
Volteé, aturdida, en busca del extremo opuesto que chocaba con el viejo espejo de cuerpo completo que reposaba tras mi desvencijado escritorio. Dudé por un instante, pero finalmente opté por presenciar la deplorable imagen que sabia me devolvería aquel mueble. Y sumida en densa oscuridad, alumbrada únicamente por el haz escarlata, me vi.
Me vi y no reconocí aquellas facciones demacradas que devolvía el espejo. Varias arrugas surcaban mi joven rostro y un par de oscuras ojeras me ensombrecía la mirada. Los labios resecos y descascarados no tenían ya rastro de cuando los adulaban por su delicada belleza. Ya nada quedaba de la mujer que recordaba, la que solía ser. Nada.
Presa de una hipnotizante ensoñación, posé mi mano sobre el punto exacto donde la luz se fusionaba con el reflejo.
No. No. No. No debería haberlo hecho. Lo sabía. Desde un principio temí tocar el fantasmal brillo. Y allí donde el carmesí rozó mi piel, sangre comenzó a brotar. Una gota, un hilo, una gran mancha. Sin dolor, pero expandiéndose lentamente por mi cuerpo, como si cada vena y arteria se abriera a su paso, permitiendo que el líquido saliera a flote, tiñendo hasta el último milímetro de mi piel.
La tragedia me acosaba una vez más. Se burlaba de mí con sonoras risotadas mientras me observaba doblegarme en total desesperación.
Caí sobre mis rodillas y grité en silencio, intentando arrancarme la piel ya manchada y marchita, como si con eso detuviese el impiadoso avance de la sangre que emanaba cada vez a mayor velocidad. Me cubrí el rostro e intenté levantar la mirada para observar nuevamente el grotesco reflejo de mi cuerpo en desgracia.
Y la vi; era la luna.
No.
Si.
No, no lo era.
Con la visión nublada por el miedo y el dolor de haberme arrancado jirones de piel; la vi.
En el espejo, la Tragedia besaba mi imagen y reía, muda. Qué fatídico destino el mío, a merced del siniestro amor de aquel oscuro ser.
Permití a una lágrima carmesí escapar de mis ojos, instantes antes de que mi visión se tornara escarlata. Por un momento, las siluetas fueron rojizas, luego nada. Nada más que un vacío rojo uniforme.
Nada.
Y por fin pude oír la risa de la tragedia, llevándome consigo. Arrancándome el alma con brusquedad para colocarla junto con tantas otras. Para relegarme a una eternidad de vacío en su colección de caprichos amorosos.
La tragedia reía mientras yo lloraba.
FIN
- AliAFICIONADO
- Mensajes : 1356
Re: La risa de la tragedia
05.03.15 0:28
jajajaj Riku definitivamente extrañaba tus morboso cuentos ajaja
"Y por fin pude oír la risa de la tragedia, llevándome consigo. Arrancándome el alma con brusquedad para colocarla junto con tantas otras. Para relegarme a una eternidad de vacío en su colección de caprichos amorosos."
Esa frase me fascino. No se porque pero atrajo mucho mi atención. Como siempre me gustan mucho tus historias ^^
"Y por fin pude oír la risa de la tragedia, llevándome consigo. Arrancándome el alma con brusquedad para colocarla junto con tantas otras. Para relegarme a una eternidad de vacío en su colección de caprichos amorosos."
Esa frase me fascino. No se porque pero atrajo mucho mi atención. Como siempre me gustan mucho tus historias ^^
- InvitadoInvitado
Re: La risa de la tragedia
05.03.15 9:13
Jajaja me alegra que te haya gustado.
Las mejores historias de terror salen de pesadillas xD
Las mejores historias de terror salen de pesadillas xD
- InvitadoInvitado
Re: La risa de la tragedia
18.03.15 1:14
Hasta hoy pude leer la historia. Me agrado aun que no la senti de terror terror pero hay cierta desesperacion en la narracion. Me gusto el cuento ^^
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