Cuento: "Palabras apasionadas"

  Se encontraba con su enamorado cada noche después de cenar, en la privacidad de su habitación, bajo la tenue luz amarillenta de un viejo velador. Pasaban juntos gran parte de la noche entre sonrisas y suspiros. Él era cuatro años mayor pero, no importaba; durante el día,  trabajaba en un estudio contable y, por la noche, se dedicaba a su más grande pasión: escribir. Nunca utilizaba su nombre, prefería el anonimato.

  Mariela, al igual que muchas otras chicas, se había enamorado de un personaje ficticio. El hombre de sus sueños. Una creación nacida de la imaginación. El joven se llamaba Leonardo y su creadora Antonella. El personaje era todo lo que Mariela siempre había deseado encontrar en un hombre. Un profesional exitoso con sensibilidad artística. Alguien sincero pero, lógico. Era de todo un poco, en la justa medida. Atrevido y osado aunque leal a su pareja. Vestía con elegancia y, al mismo tiempo, a la moda, dándole siempre un toque personal a su apariencia. Un joven educado pero, rebelde. Alguien capaz de apreciar tanto la música clásica como el rock. Y era suyo cada noche.

  Suyo, porque Antonella lo había creado para ella. Lo moldeaba día a día para satisfacer a su mejor amiga. Leo vivía diversas aventuras. Se embarcaba en largos viajes y conocía personajes extravagantes. Cientos de cuentos había sobre él. Historias tiernas sobre animales que rescataba, relatos tristes sobre la muerte de algún ser querido, peligrosos robos en las calles porteñas, accidentes en sus viajes y tantas otras anécdotas que seria imposible enumerarlas.

  No importaba el clima, las noches con fiebre o si se cortaba la luz. Antonella siempre encontraba la forma de alegrar a su mejor amiga. Cuando no podía enviarle el cuento del día por Internet, la llamaba y le relataba pacientemente cada detalle de la historia, leyendo los párrafos con la pasión que sólo ella era capaz de transmitir.

  Las historias estaban narradas en primera persona, en su gran mayoría a modo de cartas del protagonista a su esposa, una mujer anónima que Mariela identificaba consigo misma. Imaginaba a Leo, sentado en el escritorio de su habitación en un piso de Puerto Madero, frente a la ventana que daba al río, relatando, con voz seductora, las cartas que escribía.

  Antonella ponía su alma en aquellos cuentos, en cada carta. Cerraba los ojos antes de comenzar a escribir e imaginaba a Mariela sonriendo. Oía en su cabeza el latido del inquieto corazón de su mejor amiga. Se sonrojaba al imaginar la felicidad de la lectora, a quien dedicaba sus más tiernos sentimientos. Antonella había prometido que seguiría escribiendo los cuentos de Leo hasta que su amor le diera la fuerza suficiente para convertirlo en un hombre real.

  A decir verdad, Leo tenia mucho de real y poco de hombre. Sus actitudes y palabras, la forma de escribir y el amor incondicional por Mariela eran un claro reflejo del corazón de Antonella. A través de su creación, la autora mantenía un romance ficticio, una relación tercerizada y utópica con fuertes pasiones que eran moralmente inconcebibles de cualquier otra manera que no fuese a través de un hombre inventado.

  Una noche sucedió lo inevitable y Leo no pudo escribir su carta ni contar una historia. Mariela se preocupó al no tener noticias de su amado y llamó a Antonella quien, casi sin voz, explicó que el exitoso contador estaba enfermo y lo tenían que operar de apendicitis.

  Los días pasaban y no llegaban más aventuras de Leonardo. Al principio, Mariela se sintió abandonada. Temía por la muerte del personaje, de su amado. Quizás su amiga había perdido la inspiración.
 
  Habiendo pasado casi una semana, la fiel lectora notó su error. Lo que extrañaba no eran las aventuras de Leo sino las palabras de Antonella. Lo que anhelaba no era otro encuentro íntimo con el hombre de sus sueños. No amaba la sonrisa sarcástica de Leo, ni su cabello rubio. Comprendió que estaba enamorada de las palabras, de lo que ellas transmitían: los sentimientos de su autora.

  A través de Leonardo, Antonella abrió su corazón a Mariela quién, lentamente, se enamoró de aquella personalidad contradictoria entre lo formal y lo rebelde, lo correcto y lo prohibido. Totalmente irreal pero, real al mismo tiempo.

  Con el tiempo, Leo se convirtió en una sombra siempre presente que seguía escribiendo cuentos a su amada. Cartas dirigidas a su mujer que, ahora escapaba al anonimato y se llamaba Mariela. Cartas que Leonardo, con las mismas palabras de siempre, ahora firmaba bajo el seudónimo de Antonella.