Sonrisas que enamoran.

El dolor se extendía lentamente por mi cuerpo, dolía, dolía tanto que quería simplemente morir.

El olor a sangre y el agrio perfume de ella era repugnante.

- Ahhhhhhhh - Otra onda de dolor se extendía y me atormentaba, mi tormento, mi tortura y el dolor había sido constante, tanto que en momentos pedia la noción de ello.

El cuarto se inundaba con mis gemidos de dolor.

Mi cuerpo arde como si estuvieran fundiendo mis huesos, la palabras no salían de mi boca, no articulaba más que gemidos desgarradores, gemidos que hacían sangrar mi garganta por el esfuerzo, mis extremidades o lo que quedaban de ellas se retorcian de dolor.

Y ahí al pie de la cama en la que me encontraba atado y desangrándome , una pequeña niña de ojos inocente que brillaban de tal manera que me daba asco solo verla y esa sonrisa macabra, jugueteaba con una de mis extremidades que con saña había mutilado.

Maldecirla no me era suficiente, quería destruirla, mutilarla como ella lo hacia conmigo.

El demonio enano y ojeroso daba pequeños brincos cada que una de sus navajas se encajaban en mi cuerpo cada vez que una corriente ecléctica me asaltaba.

La maldecía a cada fracción de dolor que mi cuerpo recibía, pero maldecía más su estúpida risa infantil, que me hacia desear retorcer su pequeño cuello con mis manos, hasta que suplicara piedad.

Pequeñas cierras eran lanzadas hacia mi, con la intención de divertirla, pedazos de mi carne caían al suelo, no, no esto tiene que parar, gritaba en mi mente, pero por más que intentara controlar las ganas de suplicar, más lento era mi pesar, y el dolor jamas se detenía. Pero era su risa la que más me desagradaba, era su risa lo que a mi más me dolía, más que ver mi cuerpo mutilado.

Pero de una cosa estaba seguro, yo esa noche moriría, y todo por haberme topado con ese maldito demonio en forma de niña, una niña dulce, de cabello negro, una pequeña niña de ojos tan negros como el carbón, y su sonrisa fue tal vez lo que trajo hasta aquí. De entre todas las criaturas que habitan este mundo me tuve que topar con ella, que danzaba en la lluvia anunciando mi muerte.

Su sonrisa fue mi perdición.