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COSIENDO CICATRICES
02.09.15 10:24
A lo largo de la vida nos tenemos que enfrentar a diversos acontecimientos más o menos intensos que nos marcarán de una u otra manera. Momentos que se van adaptando a las diferentes etapas de nuestras vidas, desde la inocencia de la infancia hasta la incertidumbre sobre cuándo llegará nuestra hora.
Acontecimientos que nos dejarán infinitos recuerdos imborrables y que irán desde el primer suspenso y la primera borrachera hasta el vacío que dejará la pérdida de nuestros seres queridos. Sin embargo, a pesar de la gran cantidad de recuerdos que se van a ir amontonando en nuestra memoria, siempre tendremos un rincón muy especial en el que guardaremos el recuerdo del sabor de nuestro primer beso, nuestra primera vez, la primera lágrima por alguien que nos rompió el corazón.
Es por ello que yo creo que deberíamos adaptarnos a los nuevos tiempos, a la era moderna… la era en la que los príncipes azules se convierten en rana y en la que cenicienta llega a la vejez esperando que la calabaza se convierta en carroza.
Eso de que dicen que los niñosnacen con un pan debajo del brazo, ahora esos niños deberían venir con un botiquín de primeros auxilios en el que se pudiera leer: “usar en caso de corazón en pedazos”.
Un corazón cuyo curriculum vitae subraya su experiencia en taquicardias ante esa sonrisa que tantas y tantas veces la había desarmado; en bradicardias que le hacían quedarse prácticamente sin pulso cada vez que dormían juntos en esa casa del lago, a la luz de las estrellas. Un corazón experto en volver a la vida después de sucesivas descargas, a pesar de haber recorrido kilómetros de un túnel en el que hubiera sido mucho más fácil perderse en las tinieblas que volver a ver la luz.
Un corazón con heridas tan profundas y sangrantes que ni el mejor de los cirujanos hubiera sido capaz de suturar, pero que como la flor que nace solitaria en medio del desierto, se refugia en el último haz de luz para ir brotando cada vez con más fuerza.
Y es que detrás de cada corazón se esconden personas que valen su peso en oro. Personas con coraje, valentía y orgullo que a pesar de todas las tormentas siempre han encontrado un lugar donde refugiarse y que con el paso del tiempo han aprendido a bailar bajo la lluvia en vez de esperar a que pase la tormenta.
Personas a las que nunca les va a faltar un hombro sobre el que posarse y derramar tantas lágrimas como gotas de agua tiene el mar. Hombros que han soportado el peso de cada una de sus historias, que han estado ahí en cada decepción, en cada caída y que siempre han encontrado la manera de darle seguridad y apoyo, como si de una trinchera se tratase.
Al fin y al cabo, somos fruto de las experiencias que vivimos y como otras muchas veces jugaremos a ser médicos de nuestros propios sentimientos tratando de encontrar el diagnóstico más certero, para así poder elaborar el tratamiento más efectivo.
Acontecimientos que nos dejarán infinitos recuerdos imborrables y que irán desde el primer suspenso y la primera borrachera hasta el vacío que dejará la pérdida de nuestros seres queridos. Sin embargo, a pesar de la gran cantidad de recuerdos que se van a ir amontonando en nuestra memoria, siempre tendremos un rincón muy especial en el que guardaremos el recuerdo del sabor de nuestro primer beso, nuestra primera vez, la primera lágrima por alguien que nos rompió el corazón.
Es por ello que yo creo que deberíamos adaptarnos a los nuevos tiempos, a la era moderna… la era en la que los príncipes azules se convierten en rana y en la que cenicienta llega a la vejez esperando que la calabaza se convierta en carroza.
Eso de que dicen que los niños
Un corazón cuyo curriculum vitae subraya su experiencia en taquicardias ante esa sonrisa que tantas y tantas veces la había desarmado; en bradicardias que le hacían quedarse prácticamente sin pulso cada vez que dormían juntos en esa casa del lago, a la luz de las estrellas. Un corazón experto en volver a la vida después de sucesivas descargas, a pesar de haber recorrido kilómetros de un túnel en el que hubiera sido mucho más fácil perderse en las tinieblas que volver a ver la luz.
Un corazón con heridas tan profundas y sangrantes que ni el mejor de los cirujanos hubiera sido capaz de suturar, pero que como la flor que nace solitaria en medio del desierto, se refugia en el último haz de luz para ir brotando cada vez con más fuerza.
Y es que detrás de cada corazón se esconden personas que valen su peso en oro. Personas con coraje, valentía y orgullo que a pesar de todas las tormentas siempre han encontrado un lugar donde refugiarse y que con el paso del tiempo han aprendido a bailar bajo la lluvia en vez de esperar a que pase la tormenta.
Personas a las que nunca les va a faltar un hombro sobre el que posarse y derramar tantas lágrimas como gotas de agua tiene el mar. Hombros que han soportado el peso de cada una de sus historias, que han estado ahí en cada decepción, en cada caída y que siempre han encontrado la manera de darle seguridad y apoyo, como si de una trinchera se tratase.
Al fin y al cabo, somos fruto de las experiencias que vivimos y como otras muchas veces jugaremos a ser médicos de nuestros propios sentimientos tratando de encontrar el diagnóstico más certero, para así poder elaborar el tratamiento más efectivo.
Carlota’.
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