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LIGADOS- El encuentro Empty LIGADOS- El encuentro

30.11.14 18:26
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-¡Ay!
Esa es la última palabra que logro recordar ahora, mientras me estoy despertando en el asiento trasero de la camioneta de mi papá. Logro abrir un poco los ojos y lo único que llego a ver son las gotas de agua que corren por el parabrisas y la ventana derecha en la cual tengo la cabeza apoyada. Tengo un fuerte dolor en la nuca, como de entumecimiento –seguro que por haber dormido en una posición inadecuada-. Me masajeo el cuello con la esperanza de que desaparezca.
Veo  salir el vapor de mi respiración por lo que intuyo que afuera el tiempo no está como para ir a la playa. Trato de recordar cómo llegué aquí –no es que no fuera normal para mí viajar con mi papá, aunque no lo recuerde -. Presiento que algo no anda bien al mirar el velocímetro y observar que la aguja supera los ciento cincuenta kilómetros por hora. Me pongo a analizar la situación y llego a la conclusión que definitivamente algo no encaja: mi papá nunca, en todo el tiempo  que lo conozco, manejó a más de ciento veinte kilómetros por hora. Recuerdo cuando nos íbamos de  vacaciones y en la ruta todos los autos nos pasaban y tocaban bocina. Mi padre siempre se caracterizó por ser una persona pacífica y tranquila. Todo lo contrario a mi madre. ¡Mi madre! No recuerdo ni se me ocurre en dónde puede estar y mi preocupación ya empieza a subir hasta el tope. Y eso me trae otro recuerdo: tengo una hermana, aunque no sé si me llevo bien con ella o mal, como la mayoría de los hermanos. Una vez escuché que los hermanos son nuestros némesis naturales.
Tengo casi todo el cuerpo entumecido por el frío y no me puedo mover muy bien ya que el cinturón de seguridad está demasiado apretado. Luego de unos minutos siento una pequeña brisa caliente. Papá debió de haber encendido la calefacción –no le pregunto por qué no la prendió al instante de encender la camioneta-. Empiezo a sentir los brazos y luego el calor inunda mis venas hasta que logro sentir la punta de los dedos.
Logro deslizarme unos centímetros para el centro de la butaca. Primero veo hacia atrás pero no logro visualizar mucho, sólo un vidrio mojado y unos puntos negros a lo lejos pero creo que son árboles. Me doy vuelta muy despacio, no porque no quiera hacer ruido sino que aún no tengo todo el cuerpo “descongelado”. Lo único que se ve por el parabrisas es una ruta que pareciera que terminara en un punto en el horizonte y más lluvia.
Un punto amarillo, al costado de la ruta, viene derecho a nosotros, o mejor dicho nosotros nos movemos hacia él. Al haber una distancia más corta lo reconozco. Es sólo un cartel que nos indica que a quinientos metros hay una curva cerrada.
Pongo toda mi atención en poder modular algo. Hago mi primer intento.
-Papá.
Creo que no puedo hablar muy bien y alto para que me escuche. Pero yo sí lo escucho a él cantando –si a eso se lo podría llamar cantar-, cuando reconozco esas cosas negras que tiene en los oídos. Los auriculares son la causa de que no me escuche. Por lo que voy a tener que moverme y tratar de tocarlo. Comienzo a pensar de la manera más rápida de desentumecerme. Lo primero que hago es frotarme las manos para poder desabrocharme el cinturón de seguridad. Luego pienso y trato de buscar el conducto de aire de donde proviene la calefacción. Al respirar ese aire caliente, mis pulmones se relajan y empiezo a sentir el pecho, luego de dos minutos las piernas y por último los pies. Me saco la campera para estar más cómodo y me corro al medio de la butaca haciendo fuerza con mis brazos descongelados –lo suficiente para poder moverlos con un poco de agilidad-.
Al tocar el hombro de mi padre no siento respuesta alguna o por lo menos sobresaltarse por simple estímulo.
-¡PAPÁ! –grito pero no me responde. No tengo más alternativa de llamar su atención sacándole los auriculares.
-Niño que haces despierto, no deberías despertar hasta llegar a… -no sé por qué  se frenó justo antes de decir hacia dónde vamos ni por qué me llama niño. ¿Qué no ve que está hablando con su hijo? No habría motivos de llamarme de ese modo a menos que… No fuera mi padre.
-Ponte el cinturón y vuélvete a dormir –me ordena.
-¿Y qué si no quiero? –Contesto desafiante haciendo una mueca con la cara.
-Podrías morir en un accidente y yo sufriría las consecuencias -me responde dándose la vuelta.
Puedo observar rasgos desconocidos para mí. La cara en forma de rombo y ojos azules que se diferencian de los míos que son verdes. Mejillas pronunciadas y una boca pequeña. No se parece nada a mí.

Este no es mi padre.
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