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CuervoArtorias
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.El final. Empty .El final.

02.10.15 19:08
Acá esta la SEGUNDA PARTE. Este sería el final (Me quedó raro).
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Oscuridad.
Oscuridad era todo lo que se veía.  Comencé a caminar, despacio y con miedo.
El suelo crujía a cada paso  que daba. El lugar repelía un olor asqueroso, nauseabundo.
Solo pensaba en irme del lugar, salir de allí, de ver luz.
El camino no mejoraba, cada vea era más trabado y parecía ir en ascenso. Dormía sobre ese suelo sin forma pero, nunca llegaba a descansar. La sensación de estar allí completamente indefenso, sin saber a dónde ir nunca dejaban que logre llegar al sueño, y si lo hacía eran las pesadillas quienes me lo impedían.

El tiempo era imposible de medir, así que solo diré que, mientras caminaba en esa oscuridad, vi una luz a lo lejos.
Dormí tres veces antes de llegar a ella. Cuántas veces dormía era la única referencia que tenía.
Al principio no logre ver nada. Me senté y espere una eternidad para que mis ojos se acostumbren a la luz otra vez.
La luz provenía de extrañas lámparas en el techo y por primera vez, pude ver el sitio donde por tanto tiempo estuve.
Era una cueva interminable pero lo que más me sorprendió fue el suelo. Aquel suelo que crujía a cada paso que daba, aquel en el que dormí tantas veces. Estaba compuesto por miles de huesos. Miles de esqueletos de animales, de seres extraños y de humanos. En ese lugar tan remoto de la galaxia había restos humanos.
Rompí en llanto pero ninguna lágrima salió de mí. Estaba cansado, hambriento y sediento.

Seguía las luces del techo. A medida que avanzaba las luces se iban apagando detrás de mí.
Al final del recorrido había una puerta. La puerta de metal tenía grabados. Caballos alados siendo montados por seres mitad hombres mitad tigres se encontraban  luchando contra hombres que parecían volar sin necesidad de naves o aviones.
La puerta se abrió cuándo la toque y después de unos segundos, entré en ella.

Cuando cerré la puerta tras de mí, un panel en la pared se iluminó. En este, primero con rojo y después con verde a medida que pasaban los segundos, se leía
                                    “Estabilizando el oxígeno. No se quite el casco.”
Cuándo el proceso término una puerta, invisible hasta entonces, me dio paso a una sala.
En esta sala había una cama, más suave que cualquier otra que pudiera recordar. Había una mesa llena de hojas en blanco y lápices de todos colores. Un baño con una ducha se podía ver tras una puerta. Pero, lo mejor de todo era la heladera. Una heladera antigua y grande pero llena de comida y botellas de agua.
Me saque el casco y me puse a comer. Devoraba la comida sin pensarlo. Tomaba agua y nunca había tenido tal sabor. Un sabor mágico, lleno de vida.
Me duché después de tanto tiempo y al final me dormí, en esa cama que no me hacía extrañar el suelo de la cueva, ni mi cama en la Tierra. Tengo que admitir que todo esto lo hice llorando.

Por primera vez desde que salí de Marte en aquella esfera, pude dormir sin interrupciones.
Al despertarme me sentía como nuevo. Volví a comer y a tomar agua y comencé a revisar el lugar.
Encontré ropa nueva, una mochila y un reloj. El reloj llegaba hasta las 30 hs, así que supuse que, sea donde sea que me encontraba, aquí los días eran más largos.
Me quedé en ese lugar hasta que la comida y el agua se estaban agotando. Metí todo lo que pude en la mochila y salí de allí. No por la puerta por donde entré, si no por una nueva, una que no había abierto hasta ese día.

Me encontré con un corredor, con paredes de piedra, totalmente lizas y que fácilmente medirían unos diez metros. El camino se dividía. Cuando llegaba al final se volvía a dividir o tenía que retroceder al ver que no había salida. Me encontraba en un laberinto.
Por cuatro días trate de salir pero siempre volvía al principio. Tenía mapas mal hechos del lugar y en las paredes marcas hechas con los lápices pero, aun así no encontraba la salida.
Me quedé sin comida y agua. Traté de entrar otra vez a la sala del principio. Pude hacerlo. La puerta se abrió.

El lugar tenía lápices nuevos, ropa nueva y la heladera estaba llena de comida y agua. Alguien estaba vigilándome. Esa noche no dormí. La cama se sentía dura, incómoda.
Estuve una semana dando vueltas en ese laberinto, volviendo al mismo lugar una y otra vez.
Hasta que, al séptimo día, entre en un corredor nuevo y al final de este, había una puerta.
Esta era más grande que las anteriores y en ella se leía:
                                                                     
                                                                           EL FINAL

Parecía una broma de mal gusto pero allí estaba. Se abrió con sorprendente facilidad.
Entré a  una sala de cristal iluminada por una tenue luz azul. Cualquiera pudiera decir que me encontraba en un parque de diversiones, en esas casas de espejos, donde no se sabe de dónde surge tu reflejo. El silencio era intimidante. La sala estaba completamente vacía y parecía no tener fin.
- Hola – grité
El sonido de mi voz se alejó y regresó a mí pero lo hizo cambiado, apagado y distante. Parecía moribundo, sin esperanzas.

Caminé hasta que la habitación daba paso a una más grande, enorme. La sala estaba llena de galaxias, mundos. Llena de esferas.
Seguí caminando, viendo todo lo que había. Trataba que alguna esfera me saque de allí pero, ninguna hablaba, ninguna me ayudaba. Las comencé a golpear, quizá eso funcionara de vuelta, y se oyó una voz. La voz provenía de todos lados y de ninguno al mismo tiempo. Estaba en mi cabeza.
Caí al suelo aturdido.

- Levántate muchacho y deja de golpear cosas – La voz sonaba fuerte y compasiva.
- ¿Quién eres?, ¿Dónde estás? – Pensé con todas mis fuerzas.
- Si te dignarás a pararte y observar lo descubrirías por ti mismo – Se escuchaba algo molesta pero igual de compasiva que antes.

Junté valor y poco a poco me puse en pie. Al principio no veía a nadie. Levante la vista y allí estaba. Un hombre de dos metros, vestido con ropa de color azul y negra, flotando en el aire.
Descendió con gracia. Tenía una belleza digna de admirar. Me tendió la mano y dijo:

- Sé que estarás sorprendido pero no, no soy un dios. Mi nombre es Kho’ nouv. Se tu nombre, se cómo llegaste aquí y conozco tu futuro. Sé que tienes preguntas pero pueden esperar. Ahora debes comer y descansar. – Alargó su mano y sonrió.

Tal como él dijo sucedió. Comí y descansé. Al despertarme lo vi inspeccionando una de las esferas que golpee al llegar.
Me acerqué a él y dije:
- Si no eres un dios  ¿Qué eres?
- Oh! Aquí estás pequeño amigo –dijo entre risas – acompáñame y te responderé todo lo que preguntes.

Comenzamos  a caminar deteniéndonos en cada esfera, cada mundo y cada galaxia.

- Para empezar  – dijo- Soy de la raza Toor’lla. Fuimos los primeros seres en el universo. Fuimos conquistadores de mundos. Nuestra tecnología avanzó tanto que, con el tiempo llegamos a crear mundos, vida. Nos creíamos amos y señores de todo. Toda enfermedad tenía cura. Éramos inmortales. Pero, creo que esa parte ya la conocías, si, cuando tocaste la Baliza en el planeta rojo.

>> Nuestra civilización tenía todo. Se comenzó a crear vida, darle tecnología, conocimientos, etc. Solo para exterminarlas con el tiempo, por pura diversión.
Todo esto cambió cuando abrimos el portal a otro universo. Un universo más sombrío. Donde nuestra tecnología era inferior y las enfermedades no tenían cura.

>>Comenzamos colonizando un planeta. No hubo lucha. Se encontraba vacío.
Para el cuarto viaje al planeta ya había billones de los nuestros habitándolo. Pensábamos que ese universo estaría vacío pero nos equivocamos. Desde el primer momento que cruzamos nos estuvieron vigilando, esperando.
Sin previo aviso, sin que veamos quienes fueron, el planeta entero fue destruido.
Mi pueblo reunió todo el ejército de este lado del portal. Desde todos los rincones del universo llegaban guerreros en busca de venganza. Y así fue como los ejércitos más grandes que la historia hubiera visto jamás se enfrentaron en la batalla más larga de todas. Duro un milenio, destruyó miles de planetas, exterminó miles de especies y, la raza inmortal, los Toor’lla pereció.” – Sus palabras sonaron apagadas, tristes y por un instante permaneció mirando el suelo, con los ojos cerrados, completamente en silencio.

- Si su civilización se extinguió ¿Cómo...
- ¿Cómo estoy aquí? – Término la pregunta, respiró hondo y agregó – Durante la guerra, cerca del final, nos dimos cuenta que íbamos a perder. Se le advirtió a cada general, a todos pero, ellos continuaron luchando. Totalmente cegados.
Un grupo de científicos creo las esferas, más bien las modificaron para que dejen de ser portales y en ella se resguarden todas las civilizaciones. Se encargó a nueve científicos a construir un salón en el corazón de un agujero negro. Y así lo hicimos.
La guerra término, destruimos los portales al otro universo y nos dedicamos a cazar a los intrusos.
Con el tiempo olvidamos nuestro propósito. Nunca liberamos a las civilizaciones de las esferas. Dejamos que la vida retome su curso original.
El resto de mis compañeros jamás olvido la guerra. Pensaban en crear nuevos portales. Tomar venganza. Tuve que eliminar la infección pero ya era tarde, todos estaban corrompidos.- Miro el suelo y pensé que no iba a seguir pero continuo -  
Me dediqué a mantener todo el universo en paz. Se podría decir que soy un mecánico a cargo de esta gran maquina llamada Universo.
Empecé a buscar cada civilización y hacer pasar a ciertos individuos por distintas pruebas. Los huesos que viste en la cueva, bueno… creo que te estarás imaginando porque están ahí.
Los que sobrevivieron, al igual que vos, se le hizo una oferta. Ya la escucharas pero, antes quiero que veas algo. – Cubrió mis ojos con sus manos y la pesadilla comenzó.

Vi a mis compañeros en Marte siendo atacados por los Mountus. Me vi a mí entrando a la esfera y todo se movió con rapidez. Al futuro.
Desde La Tierra salían miles de naves con destino a Marte. Duro tres años el exterminio de la vida en dicho planeta.
Los hombres tomaron la tecnología de la Baliza y rápidamente se expandieron por el universo. Conquistaban, explotaban y se iban.
No se hicieron más sabios. No se hicieron mejores.

Los habitantes de La Tierra pasaron a ser los humanos más pobres del universo. Los hombres al poder lo querían todo y todo lo conseguían a la fuerza. Hasta que descubrieron el portal. El mismo portal que hace tanto tiempo atrás extermino tantas razas. Me vi como un gran general en la batalla que se produciría. Pero la batalla duró unos pocos años. Los del otro lado esperaban que el portal se vuelva a abrir. Los hombres no pudieron hacerles frente.
Vi La Tierra explotar. Vi el salón en el cual me encontraba, pero este estaba irreconocible, cada esfera hecha añicos, cada planeta destruido.  Vi la destrucción del futuro y me desmayé.


Kho’ nouv me extendió la mano y logré ponerme en pie. Lo que vi me había dejado aturdido y me sentía pesado.

- Se cómo parar ese futuro – Me dijo con una voz suave y tranquilizadora – La oferta que tengo para vos es distinta a cualquier otra. – Señalo a su izquierda – Puedes vivir como un hombre en La Tierra, volver a casa y afrontar el futuro que viste. Luchar desde adentro o puedes vivir allí. Ser una más. Evitar todo.

A su izquierda había una esfera de una belleza extraordinaria. Emitía una luz verde que daba círculos en el interior del cristal.

- Tu llegada a Marte, tu descubrimiento, es el origen de ese futuro. La elección es tuya. Luchar con el resto, y quizás cambiar el curso de la historia. O desaparecer. Que tu existencia sea borrada. Menos aquí. Menos en la esfera.

Me quedé parado, observando cómo se alejaba.
Tenía dos futuros y ninguno parecía gustarme. Pero tenía que decidir. Y así lo hice.
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Te estarás preguntando qué pasó después. Lamentablemente  no te lo puedo contar, te diré que todo fue borroso, confuso y agotador pero nada concreto, ya que ni yo estoy muy seguro. Una cosa si sé. El futuro que había presenciado nunca ocurrió.

Casi me olvidaba…
Tengo una última cosa para decir, lo último antes que nos separemos.
- Agárrate fuerte… respira profundo y… cae.
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